La mayoría de los animales son territoriales y muchos de ellos tienen elaborados comportamientos para defender su espacio. Mientras algunas especies defienden vastas áreas que abarcan decenas de kilómetros cuadrados, una diminuta oruga recién nacida, de menos de dos milímetros de largo, está redefiniendo lo que significa proteger un espacio vital.
Las que en inglés se denominan orugas verrugosas del abedul (Falcaria bilineata), habitantes de las hojas de ese árbol en Norteamérica, emplean vibraciones complejas para defender lo que podría ser el territorio más pequeño del mundo: la punta de una hoja, según ha revelado un estudio publicado en el ‘Journal of Experimental Biology’.
El descubrimiento, liderado por Jayne Yack, profesora de la Universidad de Carleton (Canadá), revela cómo estos insectos, en su primera etapa de vida, evitan conflictos físicos y optan por una comunicación sofisticada basada en vibraciones.
«Habíamos observado que las diminutas orugas verrugosas del abedul producían vibraciones«, explica Yack, quien comenzó a estudiar su comportamiento en 2008. «Pero ahora sabemos que usan estas señales para defender su territorio de manera pacífica«, añade.
El estudio comenzó con una observación clave: el 90% de las orugas recién nacidas, en cuanto emergen de los huevos, se desplazan hacia la punta de las hojas de abedul para establecerse. Allí, construyen una red de seda, se alimentan y, ocasionalmente, emiten vibraciones que funcionan como advertencias para posibles intrusos.
Ejemplar adulto de Falcaria bilineata. / Jeremy deWaard / University of British Columbia
Para confirmar este comportamiento territorial, el equipo de Yack recolectó polillas adultas de Falcaria bilineata y observó a sus crías en condiciones controladas. Las orugas fueron colocadas en el centro de hojas de abedul, y en menos de 24 horas, la mayoría migró hacia la punta.
«Este espacio, de apenas un centímetro de ancho, es su zona exclusiva, su territorio», señala Yack. «Allí se alimentan, descansan y patrullan sin alejarse», destaca.
Una resolución ‘diplomatica’
Las grabaciones en video y vibrometría láser revelaron dos tipos de señales vibratorias: ‘golpes’ (producidos al estampar el tórax contra la hoja) y ‘raspados’ (generados al arrastrar estructuras en forma de remo ubicadas en su extremo posterior). Estas vibraciones, imperceptibles para el oído humano, se transmiten a través de la hoja y funcionan como un sistema de alerta y advertencia.
«Los sonidos que producen estas orugas no son audibles para los humanos, por lo que tuvimos que utilizar equipos especializados para captar las vibraciones», señala la científica.
El estudio incluyó experimentos en los que se introdujo una oruga intrusa en hojas ocupadas por un residente. Los intrusos rara vez logran apoderarse del espacio defendido por el residente: en el 71% de los casos, el dueño del territorio mantuvo el control sin recurrir a la agresión física.
En lugar de morder o empujar, los residentes incrementaron drásticamente sus señales vibratorias: de 1.6 señales por minuto en reposo, pasaron a emitir hasta 24 por minuto cuando el intruso ingresaba a su espacio. Los residentes emiten señales considerablemente más fuertes que los intrusos en todas las etapas de la competencia.
«El resultado de cada ‘contienda’ dependía enteramente de las vibraciones de advertencia transmitidas a través de la hoja», destaca Yack. En algunos casos, el intruso retrocedía tras percibir las señales. En otros, el residente optaba por saltar de la hoja colgando de un hilo de seda, una táctica conocida como ‘lifelining’, que evita el contacto directo.
Este comportamiento contrasta con el de otros animales territoriales, en los que las disputas suelen acabar en peleas. «Las orugas prefieren una resolución ‘diplomática’. Evitar lesiones es crucial para su supervivencia, ya que son extremadamente vulnerables en esta etapa», apunta Yack.
Ubicación estratégica
«Las exhibiciones vibratorias probablemente sirven para establecer la distancia entre congéneres en la rama de un árbol, pero estas complejas señales también pueden servir para excluir a otros miembros de la comunidad vibratoria imitando algo peligroso, como una araña«, recoge el estudio.
La elección de la punta como territorio no es casual la investigadora propone varias hipótesis: esta zona podría ser más nutritiva, con tejidos más tiernos, más suculenta y menos tricomas (pelos defensivos de las plantas). Además, su ubicación estratégica facilitaría la huida ante depredadores.
«La punta actúa como un trampolín. Si un enemigo se acerca desde el tallo, la oruga puede saltar y quedar suspendida en un hilo de seda», explica Yack.
Otra ventaja es la amplificación de las vibraciones. La flexibilidad de la punta podría aumentar la intensidad de las señales, haciendo que el residente parezca más grande o peligroso, aventura la investigadora. «Incluso podrían imitar las vibraciones de depredadores, como arañas saltarinas, para ahuyentar intrusos«, agrega Yack.
Territorios de las puntas de las hojas de orugas neonatas de abedul verrugoso (Falcaria bilineata). / Journal of Experimental Biology (2025)
El estudio no solo documenta un caso único de territorialidad en insectos neonatos, sino que también resalta la importancia de la comunicación vibratoria en ambientes naturales. «Estas señales podrían ser más comunes de lo que pensamos en especies pequeñas y sedentarias», sugiere la autora principal del estudio.
La idea de profesora es explorar en futuras investigaciones cómo las vibraciones interactúan con otros factores, como el viento o la presencia de depredadores.
Además, pretende analizar si las hojas de abedul tienen propiedades acústicas distintas a las de otras especies que favorecen la transmisión de señales. «Comprender esto nos ayudará a descifrar cómo evolucionó este comportamiento», concluye Yack.