Tras haber sido detenido ayer a la tarde a bordo de un auto robado y con varias patentes, el criminal más joven de Villa Carlos Paz, el adolescente de 15 años conocido como El Orejudo, fue liberado en las últimas horas y provocó indignación y polémica en la sociedad. Se trata del menor involucrado en la muerte del comerciante Sebastián Villarreal, ocurrido en 2024.
Esta situación generó un fuerte malestar y el repudio colectivo a la justicia por parte de una sociedad cansada, que siente que sus derechos no valen y que están desprotegidos.
Si bien desde las fuerzas policiales se mantienen cautelosos y prefieren mantener el silencio, dentro de cada una de las dependencias, hay malestar y preocupación. A pesar de los intentos desmedidos por mantenerlo fuera de las calles, ante cada nueva detención, el joven es puesto en libertad a las pocas horas y vuelve a delinquir.
Si bien se discute y está en agenda la baja de imputabilidad (de 16 a 14 años), hay casos y casos. Existen situaciones que muchos consideran se deberían analizar con otra mirada, una más profunda, y que obliga a preguntarse: ¿Debería ser imputado y condenado como un adulto? Estas son preguntas que se hace el ciudadano común, que busca ganarse la vida de forma digna.
Lo cierto es que las medidas adoptadas hasta la fecha, dan un mensaje contradictorio. Cualquier menor puede salir a las calles y robar, o arrebatarle la vida a un inocente y recuperar la libertad sin mayores consecuencias y con total impunidad. Mientras tanto, en algún lugar queda una familia destruida y sin justicia, con una herida abierta que no sana.
Una responsabilidad que nadie quiere asumir
Más allá del debate por la baja imputabilidad, lo cierto es que existe un problema de base que no es tratado. Nadie llega al mundo solo, todos dependemos en nuestros primeros años de vida de un adulto responsable. Verse envuelto en una vida delictiva a tan corta edad, siempre tiene sus razones. Como el Orejudo, muchos chicos provienen en su gran mayoría de familias conflictivas, hogares diezmados y ligados a la delincuencia. Son menores que nunca fueron tratados como niños.
En el caso del Orejudo, se sabe que su padre estuvo preso por robo y su madre por venta de droga. La delincuencia fue su mundo y la calle su educación. Dejó la escuela a los 9 años y quienes debían protegerlo no lo hicieron. ¿Si su vida nada vale, por que él debería valorar la vida de otros?. Los sistemas de protección infantil fallaron y fallan a diario, dándoles garantías para que sean criminales de carrera y nunca puedan reinsertarse en la sociedad.
Tras el crimen de Sebastián Villarreal, El Orejudo estuvo en un complejo de menores por apenas cinco meses. Volvió a Villa Carlos Paz porque la jueza de turno consideró que estaba en condiciones de salir en libertad. Lo cierto es que el tiempo pasa y cada día, asciende en el mundo de la marginalidad y agrava sus delitos.