Argentina pudo esquivar el infierno de la hiperinflación, pero desde ese momento se asentó en el purgatorio y parece aún no salir de él.
Ya sabemos, son demasiados los pecados económicos cometidos por los argentinos, como para asegurarnos una larga estadía en el purgatorio.
Por eso, mientras el peso argentino se hace fuerte, fruto de la baja en la inflación, las medidas de austeridad en materia de gasto público, el manejo profesional de la política monetaria que ha llevado a no emitir en demasía moneda por encima de la demanda; mientras eso ocurre, los argentinos, sin embargo, seguimos obsesionados con el dólar.
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El foco, entonces, sigue estando sobre el precio del dólar, sus causas y sus consecuencias.
En el blanqueo de capitales para que las personas y las empresas llevaran a los bancos sus dólares atesorados o los trajeran del exterior.
En las medidas para que la gente saque los dólares del colchón y los gaste.
En la sangría de dólares gastados debido a la expansión exagerada de los viajes al exterior de los argentinos.
En la búsqueda de financiamiento que lleva adelante el Tesoro con el crédito plus del Fondo Monetario Internacional (FMI) o con bonos de nueva deuda.
También con el Banco Central haciendo Repo –préstamos transitorios– con bancos del exterior o emitiendo deuda para las empresas que quieren girar dividendos al exterior.
Entonces, el Gobierno, aunque reniega, siempre vuelve sobre el punto: conseguir de manera creativa los dólares que no quieren comprar en el mercado, para no convalidar un valor más alto en el precio de la divisa.
Muchos de los votantes del presidente Javier Milei siguen aguardando, de forma velada, la medida más radicalizada que había propuesto en la previa y durante su campaña electoral, e incluso luego de asumir: la dolarización de la economía.
Es muy probable que la falta de respuesta ante esta propuesta que había hecho el Presidente pueda conducir progresivamente a una mayor aversión al riesgo por parte de los inversores y a una conducta más beligerante por parte de los consumidores que, si bien perciben una baja en la intensidad de la suba de los precios, no logran apropiarse aún de los beneficios en sus bolsillos.
La escalera que conduce desde el purgatorio al paraíso tiene algunos escalones obligatorios, en general, vinculados a terminar de estabilizar un conjunto de precios relativos críticos de la economía.
En particular, nos referimos –por supuesto– al precio de la divisa extranjera, que tiene un retraso del orden del 25% al 30% en términos de la inflación de los últimos ocho años.
El segundo son los impuestos distorsivos que recaen sobre un sector clave de la economía, como es el complejo agroindustrial, corazón productivo y culturalmente identitario de nuestro país.
La carga extraordinaria y exagerada de las retenciones son una mochila de piedra fiscal difícil de cargar por el motor principal de nuestra producción.
El tercer escalón, en materia de precios relativos, son las tarifas de los servicios públicos, que aún contienen 30% de retraso respecto de sus costos, tema que el Gobierno, en algún momento, deberá afrontar a un costo político y social difícil de adivinar.
El cuarto es el escalón dorado para alcanzar el paraíso: los salarios reales o el poder adquisitivo de la gente, de todos y cada uno de los argentinos.
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No es un tema de culpables, pero allí hay un claro retraso respecto a los últimos ocho años que oscila entre el 15% y el 35%, dependiendo de cuán formal o informal sea el trabajador.
Este último escalón dorado, si se completa, sería la coronación para una recuperación decidida y consistente. Pero, de manera realista, es difícil imaginar que ocurra de forma rápida.
Quizás debemos encontrar el bypass que implique que una generación laboral de la Argentina resigne poder adquisitivo presente, para que la generación siguiente sea más próspera. No muy diferente a la Argentina entre 1880 y 1930.
Si estos cuatro precios relativos terminan de alinearse y estabilizarse, el proceso de inversión en la Argentina será decidido y potente, llevándonos a ese lugar que todos ansiamos: una Argentina próspera que tenga lo suficiente para dar cabida a todos y cada uno de nosotros.
Pero seamos claros: sin dólares no habrá paraíso.
(*) Economista.