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Museo Luis José Pisano, una joya oculta en las sierras de Córdoba

En la parte alta de una calle de Cruz Chica (La Cumbre) a la que es muy difícil llegar si no es con la ayuda de Google Maps, se encuentra el Museo de Arte José Luis Pisano, joya escondida del patrimonio pictórico nacional.

Pisano fue un artista plástico ítalo-argentino que en el año 1930 se radicó, cuando era un niño, en el país y se fue con su familia a vivir al barrio de La Boca, como otros tantos inmigrantes europeos.

De joven, mientras trabajaba como albañil, comenzó a estudiar en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, de la que egresó como profesor de dibujo y pintura. Tuvo como maestro, entre otras figuras, a Lino Enea Spilimbergo.

En ese tiempo, al igual que Benito Quinquela Martín, Pisano formó parte del grupo “pintores de La Boca” y forjó con su colega una amistad. Tal fue su relación que Quinquela Martín fue el responsable de caracterizarlo como “el pintor de sandías”, calificativo que lo acompañó toda la vida.

“Sólo él podía plasmar las sandías así, abiertas, con frescura y un color, y perspectivas que conmueven al espectador”, decía Quinquela Martín.

Decenas de esos retratos de sandías con cáscaras verde furioso e interiores de un rosado intenso se pueden ver en el museo ubicado en La Cumbre y administrado por Marta Pisano, artista, hija del pintor y curadora de su obra.

“Una vez, un director del Museo Nacional de Bellas Artes me negó una exposición de Pisano porque decía que no le gustaban ni Quinquela Martín ni mi padre. La obra puede gustarle o no, pero acá hay 65 años de historia. Entonces no podemos tapar el sol con las manos”, dice Marta, muy enojada con las puertas que se le cerraron a la obra de su padre.

En una sala desdoblada en dos y en un estrecho pasillo de un anexo a la vivienda de Marta se ubican centenares de pinturas, bocetos y objetos de Pisano. Están dispuestos por etapas que permiten ver la evolución del artista.

Hay témperas, lápiz, pastel al óleo y óleo sobre tela. Pisano pintaba sobre lo que tenía, podía ser lienzo papel o madera. Incluso hay obras que tienen ambos lados del lienzo intervenidos o bocetos sobre papel de diario o sobre rollos de papel higiénico. Eran épocas de mucha pobreza.

Pero en sus obras no hay solo sandías o naturaleza muerta, también hay mucha vida. Hay interiores de conventillos, paisajes con atardeceres o cambios de estación, figuras humanas y barcos del puerto de La Boca.

El tiene dos grandes etapas distinguibles. “Por un lado, la primera, de cuando vivía en La Boca, que se caracterizaba por una paleta muy baja, tenue. Su segunda época pictórica se caracteriza por una paleta más saturada, más pura y, en algunos cuadros, tirando al cubismo”, explica Marta.

El museo estuvo 13 años apostado en San Marcos Sierra “sin pena ni gloria”, dice Marta, quien se lamenta porque la obra de su padre no ha alcanzado mayor relevancia.

Y fue justamente en búsqueda de ese reconocimiento que hace cuatro años su familia trasladó el patrimonio hacia la sede actual de Cruz Chica, en la que advierte que “está mejor porque hay más movimiento cultural”.

La zona cuenta con varios museos y talleres de artistas. Según un relevamiento privado, hay más de 40 espacios culturales en La Cumbre y alrededores, lo que genera mayor interés por la pintura de Pisano.

El pintor ha dejado más de mil obras y en La Cumbre hay 300. Según cuenta Marta, en su afán por construir un museo acorde con la figura de su padre, la familia ha donado 200 obras a un pueblo de Santa Fe.

“Hicimos una convocatoria para donar obra para que se abra otro museo (…) Mi hermana y yo, que somos las curadoras, somos nacidas en La Matanza y les hicimos la propuesta a ellos, pero no aceptaron (…) Seguimos insistiendo en diferentes lugares y aceptaron en Peyrano, un pueblito de dos mil habitantes de Santa Fe que tiene un museo histórico que es un emblema”, cuenta Marta.

Y relata: “Ellos vinieron sin problema, se pusieron los barbijos, los guantes y manipularon la obra. Nosotros la elegimos y ellos se llevaron 200 cuadros, y en algunos meses abrirán un museo porque hace tres años que venimos trabajando”.

En la charla, Marta insiste en que le gustaría recibir algún tipo de apoyo estatal para promocionar la obra de su padre. “Yo bromeo, no soy la curadora de esta obra, si no la curandera”, cierra.

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