Se habla de Imagine Dragons como del último grupo de rock que llena estadios. ¿Bueno, seguro? La suya es la química de la hibridación: electrónica aparatosa, ‘beats’ de hip-hop orgánicos, mucho estribillo machacador (¡y un dueto con el reguetonero J Balvin!). Argamasas de aspecto rockero muy sujetas a los códigos del pop comercial. Y toda esa literatura de superación personal, concentrada en su himno de himnos, ‘Believer’, que cerró en lo más alto su ‘show’ de este martes en el Estadi Olímpic (entradas agotadas).
La banda de Las Vegas regresó a Barcelona a lo grande (tras llenar el Sant Jordi en 2013 y 2018), a bordo de un sexto álbum, ‘Loom’, que pesó poco en el repertorio, escorado hacia la panorámica general y los ‘hits’. Una de las nuevas canciones fue la de arranque, ‘Fire in these hills’, en la que Dan Reynolds ejerció el siempre agradecido rol de hombretón herido, confesando sus derrotas y suspirando por la redención (“estoy tan cansado, ¿puedo volver a casa, por favor?”) sobre un fondo templado, acentuado por un pellizco de saxo ‘jazzie’ (y una temprana lluvia de confeti). Está entre lo mejor de ‘Loom’, en contraste con la pachanguera ‘Take me to the beach’, impropia de un grupo tan, hum, serio y trascendente, en la que enormes balones de playa rodaron por el escenario.
Pero Imagine Dragons quieren ser muchas cosas a la vez. Tal vez por eso (en parte) tienen un público tan amplio, aunque ‘Bones’, con ese ‘groove’ y el imperativo estribillo coral, te la puedas imaginar cantada por Backstreet Boys, ‘Shots’ recicle la guitarra de The Edge en una dinámica a lo Coldplay y ‘I’m so sorry’ se aventure en la textura metalera. Ahí, Reynolds ya se había quitado la camiseta, y luciendo músculos se metió en el tramo acústico en el escenario alternativo, con ‘Next to me’ y el número de aroma country ‘I bet my life’. Momentos para revivir sus lecciones de castellano. “Yo soy un hombre sincero, de donde crece la palma…”, recitó con algunas dudas: “¿qué es una canción o un poema?”, preguntó. Pues ambas cosas: ‘Guantanamera’ y un verso de José Martí.
Aunque podamos tacharlos de efectistas, los himnos para hacer temblar un estadio son el gran logro de Imagine Dragons, y ahí estuvo ‘Radioactive’, más eficaz y manejable que el descenso al mundo interior de Reynolds en ‘Demons’. Y que su pequeño sermón sobre la salud mental. “Si hay alguien aquí combatiendo la depresión, no estás solo. Ve a terapia. Yo fui y me hizo más sabio”, confesó. Conjurando las fuerzas malignas, Imagine Dragons nos condujeron hasta ‘Believer’, su santo grial y botiquín emocional. “Dolor, has hecho de mí un creyente”, clamó el Estadi al completo, entre la humareda y los chispazos y un último baño de confeti.
Suscríbete para seguir leyendo