Este miércoles, el Ministerio de Economía enfrentó una nueva prueba con la licitación de deuda en pesos, y el resultado volvió a encender todas las alarmas: Luis Caputo sólo consiguió renovar el 61% de los vencimientos, dejando liberados más de $5,7 billones que ahora pueden presionar sobre el dólar. Ni siquiera la estrategia de convalidar tasas altísimas –algunas cercanas o superiores al 70% anual– alcanzó para convencer al capital financiero, evidenciando la desconfianza en el programa económico del gobierno de Milei. La bicicleta financiera sigue girando, pero cada vez con menos impulso.
Esta vez el Tesoro se encontró con vencimientos por $14,8 billones y sólo logró colocar $9,1 billones en la licitación, quedando un 39% sin renovar. Los números son contundentes: el Gobierno ofreció Lecap y Boncap a tasas que triplican la inflación esperada –por ejemplo, la Lecap al 12 de septiembre pagó 4,48% mensual (69,20% anual) y la que vence a fines de septiembre, 4,20% mensual (63,78% anual). Incluso la más corta, a 15 días, cerró con una tasa de 4,28% mensual (65,33% anual), el triple de la inflación proyectada para el período. El mensaje es claro: quien apueste a estos papeles del Tesoro tiene garantizada una renta sideral, si la compara con lo que ofrecen otros instrumentos del mercado.
Sin embargo el capital financiero volvió a mirar al Gobierno de reojo. Para los bancos y fondos de inversión, la desconfianza se mide en tasas: el «premio» que exigen para quedarse en pesos crece cada vez que perciben riesgos. Y los riesgos, a la vista, se multiplican.
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¿Qué hay detrás de este fracaso para renovar la deuda? Por un lado, una estructura que repite los peores vicios del modelo financiero argentino: deuda que se paga con más deuda, pero ahora, a precios mucho más caros para el Estado y la sociedad. En julio, para frenar una corrida hacia el dólar tras el desarme de las Letras Fiscales de Liquidez (LEFI), la receta fue convalidar «super tasas» en las Lecap, incluso por encima de lo que paga el mercado secundario. En menos de dos semanas, la tasa de referencia saltó del 29% al 65% anual. Un jugoso negocio para los especuladores.
El objetivo oficial es claro: absorber la mayor cantidad de pesos posible para evitar que se vayan al dólar y sostener la «paz cambiaria» por la que Milei y Caputo se desviven. Pero el costo de esta política es brutal. No sólo porque implica transferir recursos públicos –billones de pesos– a los grandes bancos y fondos de inversión, sino porque el encarecimiento del crédito golpea de lleno al consumo, la inversión y el día a día de miles de pymes y familias. Las tasas de interés en estos niveles son directamente recesivas y terminan asfixiando a la economía real.
El fantasma del dólar y la bola de nieve
La pregunta que todos se hacen es hacia dónde irán esos $5,7 billones que no se renovaron. La respuesta más temida: a presionar el precio del dólar. Ya pasó en julio, cuando el desarme de las LEFI liberó más de $10 billones y buena parte terminó alimentando la demanda de divisas, forzando al BCRA a intervenir en el mercado de futuros para intentar contener el salto. El riesgo de que la historia se repita es alto, sobre todo en un escenario de creciente incertidumbre política y económica.
El capital financiero no se caracteriza precisamente por su sensibilidad social: invierte donde ve negocio y se retira en cuanto huele problemas. Hoy, el «mercado» desconfía del plan Milei-Caputo por la falta de reservas en el BCRA y la debilidad política del Gobierno. Aunque desde el oficialismo afirmen que “esta vez es diferente” el atraso cambiario, combinado con ajuste fiscal permanente, endeudamiento creciente, y un Estado abocado a garantizar la renta financiera ya lo hemos visto repetidas veces en la historia Argentina. Incluso con el FMI habiendo desembolsando US$ 14.000 millones, la escasez de dólares persiste y el déficit en cuenta corriente es cada vez más preocupante.
El gobierno de Milei está profundizando la estafa de la deuda. Se repite el libreto de los ’90 y de la crisis del 2001, pero ahora con nuevos actores y viejos conocidos –Caputo, Sturzenegger– que ya demostraron para quiénes gobiernan. Las Lecap y los bonos a tasas de usura son un premio para los especuladores y una bomba de tiempo para las grandes mayorías. La deuda que se paga una y otra vez, pero que nunca se termina, porque sólo sirve para alimentar la fuga de capitales y los negocios del capital concentrado.
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Mientras tanto, el ajuste sigue su ruta: recortes en jubilaciones, salud, fondos para personas con discapacidad y salarios estatales. El «equilibrio fiscal» sólo es para los de abajo. Para las grandes patronales, hay baja de retenciones, reducción de impuestos y toda la cancha libre para mover sus millones sin control. El discurso de Milei de que «no hay plata» se cae a pedazos cuando se mira el gasto en intereses y servicios de la deuda.
Desde el Frente de Izquierda sostienen que la única salida real para la crisis es romper con el FMI, desconocer la deuda ilegítima y fraudulenta y volcar todos los recursos a resolver los problemas urgentes de las mayorías: salud, educación, salarios y vivienda. Pagar la deuda sólo perpetúa el saqueo y el ajuste. Lo contrario es organizarse desde abajo, con la fuerza de los trabajadores y sus familias que luchan todos los días contra la miseria que nos quieren imponer.