Matilda López Sanzetenea llegó desde Bolivia con un sueño: estudiar la carrera Diseño de Imagen y Sonido en la Universidad de Buenos Aires. Tenía 18 años cuando desembarcó en la Ciudad. Pablo López Waismann, su papá, la alentó: “Siempre le hablé de Buenos Aires, porque yo también me formé acá”. Lo que nunca imaginó es que ese viaje buscando un futuro mejor terminaría de manera trágica.
Según fuentes policiales, Matilda cayó desde el balcón de la habitación del segundo piso de un edificio en la calle Defensa, en el barrio porteño de San Telmo. No murió en el acto: fue internada en el Hospital Argerich con un severo politraumatismo de cráneo. La operaron de urgencia y, pese a los esfuerzos médicos, falleció horas después. La causa, que inicialmente fue caratulada como homicidio en grado de tentativa por el Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional Nº 5, cambió su encuadre con la noticia de su muerte.
La versión familiar apuntó desde un primer momento a Nahuel Castillo Corminola, la pareja de la joven que actualmente permenece detenido como principal sospechoso del caso. Pablo no oculta su dolor ni su convicción: “El pibe era muy jodido, muy tóxico”, dice al relatar el vínculo que su hija mantenía con Nahuel –un joven que, según contó, conoció a Matilda en Bolivia y volvió a encontrarse con ella en Argentina–. El padre recuerda conductas que marcaron a fuego la relación: “La perseguía hasta la facultad, le controlaba el celular, le cortaba el acceso a la cuenta de banco que compartían y no la dejaba hablar con las amigas”, enumeró, y recordó el último pedido de su hija, unas entradas para una fiesta a la que nunca terminó asistiendo.
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“Hace dos semanas le dije: ‘Mati: por favor, tenés que terminar esa relación, porque si hoy te sigue hasta la facultad, mañana te voy a tener que ir a buscar a una puta morgue. Y no quiero’.”. La crudeza de la advertencia, pronunciada a la distancia y sin efecto, volvió contra él en forma de pesadilla.
La escena que encontraron policías y peritos en la pensión donde estaba viviendo Matilda suma peso a la hipótesis de la familia. En el departamento estaba el novio, y enseguida los expertos advirtieron que presentaba arañazos en la espalda –lesiones que, según fuentes de la investigación, podrían corresponder a una defensa–.
Además, vecinos dijeron haber oído una discusión horas antes; aunque otros no registraron ruidos. Los datos aportados por los testigos más los indicios recolectados en el lugar y las respuestas que no pudo dar el novio de Matilda llevaron a la Fiscalía a modificar la calificación penal.
Amaba Argentina. Para la familia, no hay explicación fortuita ante las conductas previas de control. Matilda no tenía motivos para suicidarse y tampoco existen indicios como para hablar de una caída por accidente.
Pablo recuerda que Matilda amaba “todo lo que viniera de Argentina” y que le había pedido estudiar allí; por eso duele doble: la aspiración truncada y la sospecha de que su hija fue privada de su vida por alguien que debería haber sido compañero. “Ella amaba todo lo que viniera de Argentina y me pidió que le permitiera venir a estudiar Diseño de Imagen y Sonido”, dice el padre, al evocar el entusiasmo que trajo la joven.
En febrero, cuando la joven se fue de su casa para estudiar en Argentina, su papá compartió un sentido mensaje de despedida en sus redes sociales: “Te extrañaré cada segundo, te pensaré todos los instantes de mi vida. Te quedas solita y valiente a hacer realidad tus sueños en una ciudad gigante y furiosa, pero que caerá rendida a tus pies. Agarrate Buenos Aires: llegó Matilda Lily”, posteó.
Tras el trágico final publicó un nuevo mensaje: “Odio no haber podido cumplirle la promesa de cuidarla. Si me ponía fuerte y me oponía a sus elecciones, quizás hoy mi Mati estaría viva. Pero los padres ‘modernos’ somos así, indulgentes y tolerantes como los nuestros no lo fueron con nosotros”.
Batería de pruebas. Esta semana la fiscalía, la Policía Científica y el juzgado ordenaron medidas para reconstruir la secuencia y definir responsabilidades.
La presencia de signos de forcejeo en el cuerpo del sospechoso, las declaraciones de allegados y lo que relata su padre conforman un cuerpo probatorio que obliga a los investigadores a no descartar la hipótesis de femicidio.
Quién era Matilda
R.P.
Matilda López Sanzetenea llegó a Buenos Aires a principios de año con la idea de estudiar la carrera de Diseño de Imagen y Sonido en la UBA. Tenía 18 años, la mezcla de la curiosidad propia de quien se muda por primera vez y el empuje de una familia que la apoyó desde Bolivia: “Siempre le hablé de Buenos Aires, porque yo también me formé acá”, contó su padre al recordar el sueño que impulsó el viaje. En la ciudad pasó por distintas pensiones hasta instalarse en una de San Telmo. Luego comenzó a cursar y a intentar construir una vida lejos de su país, sus amigos y su familia. Quienes la conocieron la recuerdan como una chica con ganas de aprender y de insertarse en la vida universitaria; para la familia, la ilusión de estudiar y crecer fue lo que marcó su llegada. Esa búsqueda se encontró con una relación que, según su padre, mostró pronto señales de control: monitoreo del teléfono, restricciones en comunicaciones y disputas que escalaron con el tiempo. Matilda pidió ayuda para comprar entradas a una fiesta la noche de su último contacto con su padre; nunca llegó a asistir.
