Aunque en los últimos años el cine y la televisión fantástica y de terror se ha nutrido sobre todo de los muertos vivientes, el audiovisual a nivel de superproducción nunca ha perdido de vista a las dos figuras emblemáticas de la literatura y el cine góticos, Frankenstein y Drácula. A finales del pasado año se estrenaba la versión de Robert Eggers de ‘Nosferatu’, el clásico silente alemán de F. W. Murnau que adaptó el ‘Drácula’ novelesco de Bram Stoker cambiando el nombre del personaje para no pagar derechos. Menos de un año después llega otra versión del mito vampírico por excelencia, ahora servida por el francés Luc Besson con el actor estadounidense Caleb Landry Jones –juntos hicieron ‘Dogman’ hace un par de años–, y se estrena también la lectura libre que Guillermo del Toro ha hecho de la novela de Mary Shelley sobre el doctor Víctor Frankenstein y su criatura.
Esta coincidencia en el tiempo recuerda a la que hubo a principios de los 90 cuando, con dos años de diferencia, se estrenaron el ‘Drácula’ de Francis Ford Coppola y el ‘Frankenstein’ de Kenneth Branagh, producido por el mismo Coppola, en el que era un intento de volver a estas dos figuras totémicas del fantástico respetando los fecundos originales literarios, especialmente en la estructura de novela epistolar que Stoker le dio a su Drácula. El título original del filme de Coppola, protagonizado por Gary Oldman (Vlad/Dracul), Winona Ryder (Mina), Keanu Reeves (Jonathan Harker) y Anthony Hopkins (Van Helsing), era el de ‘Bram Stoker’s Dracula’, y el de Branagh, con el director ejerciendo de profesor Frankenstein, Robert De Niro de la criatura y Helena Bonham Carter de Elizabeth, fue ‘Mary Shelley’s Frankenstein’.
Oscar Isaac, Guillermo del Toro, Mia Goth y Jacob Elordi en el estreno de ‘Frankenstein’. / Associated Press/LaPresse / LAP
El moderno Prometeo
El dublinés Stoker publicó su novela en 1897. La londinense Shelley había escrito muchos años antes, en 1818, su libro sobre Frankenstein o el moderno Prometeo. El vampiro está condenado a una existencia eterna a no ser que acaben con su vida mediante la luz del sol o una estaca clavada en el corazón. Ese es su poder, y también su castigo. La criatura creada en su laboratorio por Víctor Frankenstein, el científico que desafía la autoridad de Dios y dota de existencia a las diversas partes de cuerpos muertos, también está condenada a vivir eternamente. Este es uno de los elementos más explícitos en la película de Guillermo del Toro: a la criatura le disparan con fusiles y trabucos, le clavan cuchillos y hoces, se hunde en las profundidades de un lago helado y él mismo se inmola con cartuchos de dinamita, pero siempre vuelve a la vida: sus heridas cicatrizan con celeridad y su carne chamuscada recupera la elasticidad.
Al científico megalómano lo interpreta Oscar Isaac, quien lo convierte en un ser perturbado en busca de redención. Jacob Elordi da vida a la criatura, un rostro sugerido entre cicatrices y maquillaje especial. Una Mia Goth envuelta en tul de color rojo, verde o blanco encarna a Elizabeth, que en esta nueva versión es la prometida del hermano pequeño de Víctor. Del Toro rompe con el imaginario tradicional que impuso la película de 1931 con Boris Karloff y sus tornillos en el cuello, Elizabeth como novia de Frankenstein y el ayudante jorobado Igor, que aquí no tiene cabida ni tendría sentido. Elordi se asemeja más al monstruo dibujado por Bernie Wrightson en la estupenda edición ilustrada de la obra de Shelley de 1983.
En breve llega otra versión del mito vampírico por excelencia, Dracula, ahora servida por el francés Luc Besson con el actor estadounidense Caleb Landry Jones . / EPC
Por estética y construcción, Del Toro se ha distanciado de casi todas las versiones clásicas de la obra, las de Universal en los 30, Hammer en los 50-60 y posteriores aproximaciones; hasta Sting encarnó a la criatura en ‘La prometida’ (1985), título idéntico al de la nueva versión, ambientada en el Chicago de los años 30 que rueda Maggie Gyllenhaal con Christian Bale como el monstruo. Por el contrario, la primera media hora del ‘Drácula’ de Besson es muy similar a la de la versión romántica y atormentada del filme de Coppola, con la intensidad amorosa de Dracul y su esposa, la muerte de esta a manos de los sarracenos, las siluetas de soldados victoriosos con las cabezas de sus enemigos clavadas en las picas, el desafío a la religión, la reconversión en vampiro seductor y su obsesión en convertir a Mina en su fallecida Elisabeta. En el filme de Besson, Drácula se va a París, y no a Londres, y se incluye un auténtico asalto militar al castillo del vampiro en los Cárpatos. Pero la esencia del relato es similar.
El sida, la lucha marxista, la IA
Puede sorprender un poco la aparición de un nuevo filme sobre el vampiro tras la suntuosa versión de Robert Eggers del año pasado, y la coincidencia con otra gran producción centrada en Frankenstein. Añadamos otro detalle no menos importante: Christoph Waltz encarna en ‘Drácula’ a un sacerdote cazavampiros y en ‘Frankenstein’ es el mecenas que le permite a Frankenstein consumar sus experimentos. Por un lado son los personajes del fantástico tradicional que históricamente han tenido más rédito en la taquilla. Por el otro, están libres de derechos, así que adaptarlos cuesta menos que otros casos.
Puede haber también otro tipo de intereses y de interpretaciones. En un momento de exaltación, cuestionamiento y debate de lo que puede aportar en positivo y en negativo la inteligencia artificial, la aparición de una nueva película sobre el científico que desafía en la ficción todas las normas establecidas sobre el ejercicio de la creación de réplicas humanas, resulta de lo más interesante: no deja de subrayar los miedos ante cualquier concepto de creación artificial, aunque a Del Toro, en el fondo, lo que le guste es recrear sus mitos fantásticos de cuando era joven espectador.
En cuanto a Drácula, algunas películas a partir de los 80 podían verse como reflexiones sobre los virus y el sida. Lecturas anteriores, desde una perspectiva marxista, lo equiparaban a la lucha de clases: el vampiro es el terrateniente al que se enfrentan en sorpresiva alianza la burguesía, representada por Van Helsing, y el pueblo. Drácula, cuando no es visto como una figura condenada y romántica, ejerce el caos, y lo que llevamos del siglo XXI es puro desorden y confusión. Además, Besson refuerza en su película los procesos de seducción sin contemplaciones que ejerce el aristocrático vampiro, a quien de nuevo vencen el pueblo, la religión y la burguesía, apoyados en esta ocasión por el estamento militar. La sensación es que tanto el realizador francés como el mexicano han querido recrear personajes que les fascinan sin demasiadas implicaciones con el mundo actual. Pero quizá no sea así.
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