Una cosa es ser vivo, otra muy diferente, hacerse el canchero. Lo sabe muy bien quien tiene calle, quien tiene experiencia, o quien tiene estatura de estadista. No el que aprendió algunas frases hechas en la ignota «escuela austríaca» y las probó en algunos sets de televisión basura, antes de repetirlas como presidente.
A Javier Milei le está pasando esto, se confunde hacerse el vivo con serlo. Primero insulta a medio mundo inventando comunismo donde no lo hay, luego va con la escupidera a Beijing a mendigar la renovación del swap. Dice que nunca va a hacer negocios con los desalmados monstruos comeniños, y luego su propia oligarquía (la que lo puso donde está) le recuerda que China es nuestro principal destino para la soja y un montón de otros productos primarios.
Ahora, se hace el vivo jugando a dos puntas, como si fuera un adolescente que se cree que puede mantener dos romances paralelos sin que ninguna de las contrapartes se enoje. Y entonces recibe la platita de los chinos (que, de golpe, son para él confiables comerciantes) pero le ruega a su “amigo” Donald Trump ayuda en el Fondo Monetario Internacional (FMI) para recibir los dólares que lo hagan llegar por lo menos hasta las elecciones de medio término en octubre.
Y entonces, ante un cancherito de pacotilla, viene el rigoreo. Esto es como cuando el vivillo de la clase se pasaba de listo y terminaba ligándola de todos lados, porque en el fondo, nadie se banca a los vivillos. O, dicho de otra manera, no es vivo el que quiere, sino el que puede. Y no hay peor cosa que uno que se hace el vivo, pero no lo es. Porque se nota, porque todos lo notan y se lo hacen notar, tarde o temprano. En la vida, y en la política internacional, hay una máxima: una persona (o un país) puede generar influencia en los otros de dos maneras: o generando temor, o generando autoridad, a través de la admiración, del respeto. O sos un país peligroso, con mucho poder de fuego (ya sea bélico o económico) o sos un país confiable. O busco acercarme a alguien para que no me haga daño, o busco acercarme a alguien para que me defienda y me beneficie. La otra máxima de la política internacional es la siguiente: no hay amigos ni enemigos permanentes, sino intereses que van cambiando.
Cacheteado de uno y del otro lado
Retomamos entonces lo del rigoreo hacia el que se hace el vivo, pero no le da el cuero. Empezó de parte de su “amiguito” Trump, cuando lo hizo viajar a Miami en busca de una foto que nunca existió. Eso es lo que se llama marcar la cancha. Milei terminó haciendo el ridículo, sacándose fotos con rubias desconocidas y deambulando por la fiesta con una fingida alegría. Por supuesto que puede suceder que Trump no tenga tiempo para Milei, aunque es curioso que sí tenga tiempo para Bukele, el dictadorzuelo de un pequeñito país de Centroamérica (El Salvador). De todos, modos, pensemos que justo no tuvo tiempo para la foto que necesitaba Milei. A esos niveles, NO puede pasar que un mandatario viaje y luego no encuentre lo que fue a buscar. Se avisan las diplomacias y, directamente, no hay viaje a Miami. Que lo hayan hecho ir allá para la nada misma, es todo un signo político a leer.
En definitiva, el salvavidas se lo iban a tirar, ya lo sabían en el norte, pero lo iban a hacer sufrir un poco, con esos gestos políticos, con la dilación del acuerdo con el “board” del FMI, con las idas y venidas, con la falta de confirmación sobre el monto, etc. Finalmente, el monto del nuevo endeudamiento fue lo que pedía Milei, pero con la platita fresca, vino también Scott Bessent, el secretario del Tesoro de los Estados Unidos, equivalente a ministro de economía. Alguien que no suele viajar a países no importantes de la periferia mundial. ¿Y a qué vino? ¿Fue un gran espaldarazo como lo pintaron los periodistas militantes de la derecha mediática? Nada de eso, todo lo contrario. Vino a terminar lo que había comenzado con una marcada de cancha. Aquí ya no hubo eufemismos. Más allá de las sonrisas y los bailecitos, lo que sucedió es que el tercer hombre en importancia de la administración Trump le puso los puntos sobre las íes al vivillo de la cuadra: no va a haber préstamos directos de Estados Unidos, ni un centavo, y tienen que romper toda relación con China. Frases textuales: “Hay que evitar en Latinoamérica lo que hizo China en África”; “Son acuerdos rapaces, son ayudas, pero la intención es quedarse con los derechos mineros”.
En otra palabra, con nosotros no se juega, o están con ellos o con nosotros, algo así le dijo Scott Bessent a Milei. Y eso implica no solo despegarse de los swap con China, sino las obras de infraestructura paralizadas como las centrales hidroeléctricas del sur, y, quizá lo más complicado, romper con China como socio comercial. Complicado por lo que dijimos antes, que la gauchocracia argentina puede ser muy de derecha, muy oligarca, muy ideologizada, pero no tiene problemas en hacer negocios millonarios con el gigante asiático comunista. ¿Qué hará su gerente puesto en Balcarce 50? Es una difícil disyuntiva. Así que las fotos y los videos de los Milei y los Caputo sobreactuando con la distinguida visita, hablan por sí solas.
Pero el rigoreo no fue solo del norte, sino también del este. El gobierno chino, ni lerdo ni perezoso, a través de su embajada en Buenos Aires. En un comunicado contundente, dijeron: “Manifestamos nuestro profundo descontento y categórico rechazo a las declaraciones maliciosas del Secretario del Tesoro de los Estados Unidos… China acompaña a los países en desarrollo en su camino sin imponer ningún condicionamiento político. Si Estados Unidos prefiere no recorrer ese camino, que no sabotee deliberadamente esa asistencia que da China”.
Más claro, imposible, es un mensaje más dirigido a la Casa Rosada que a la Casa Blanca. Los que se creen vivos, los que quieren jugar a dos bandas, los que intentan quedar bien con Dios y con el Diablo, normalmente se quedan sin el pan y sin la torta. Siempre fue así. En política internacional también.