Ficha del festejo
Ganado: cinco toros cinqueños de Adolfo Martín y un sobrero, en cuarto lugar, de Martín Lorca, sustituto de un titular devuelto por inutilizarse durante la lidia, grandón y descastado. Los titulares estuvieron muy desigualmente presentados, en cuanto a cuajo, volumen y cabezas, y, dentro de su medida raza en general, dieron también un juego dispar, desde el peligroso sentido del tercero a la desbordante casta del sexto.
Antonio Ferrera, de blanco y oro: estocada trasera (ovación tras aviso); golletazo (silencio).
Fernando Robleño, de azul noche y oro: estocada desprendida (silencio); estocada delantera (vuelta al ruedo tras aviso y leve petición de oreja).
Manuel Escribano, de verde botella y azabache: pinchazo y bajonazo trasero (silencio tras aviso); estocada trasera (ovación tras aviso).
Plaza: vigésimo sexto y último festejo de abono de la Feria de San Isidro, con cartel de «no hay billetes» en las taquillas (22.964 espectadores), en tarde de mucho calor.
El último festejo del abono de San Isidro -vigésimo sexto de la secuencia a falta de la Beneficencia de mañana y de la corrida In memoriam del día 15- se desarrolló con una palpable tensión en el ruedo y en los tendidos, donde, entre gritos y barullos, no se llegaron a valorar algunos esfuerzos de los toreros ante los más complejos ejemplares de la corrida de Adolfo Martín.
Ese desajuste sucedió, por ejemplo, en las dos faenas de Antonio Ferrera, que, con capote y muleta pero no con la espada, hizo todo un despliegue de maestría para llevar perfectamente ordenada la lidia de un primero soso y sin empuje y un sobrero de Martín Lorca bastote y descastado.
Al que abrió plaza, al que sacó a los medios para brindárselo a Fernando Robleño en un bello gesto de reconocimiento y compañerismo, le hizo una faena de suave limpieza y perfectamente medida para sacar incluso más del escaso lucimiento que le ofrecía el hondo toro, y todo mientras era pitado y apremiados por esa parte del tendido venteño que cobra mayor protagonismo en este tipo de tardes.
Y con el sobrero, con el que se manejó con idéntica facilidad, el desdén para con el extremeño, al tiempo que se sucedían las peleas en la acalorada piedra, llegó hasta a la risa y a los olés irónicos, con una inmerecida falta de respeto para una estimable labor que, visto lo visto, el matador cortó por lo sano y cerró de un feo golletazo.
Más asombroso e inexplicable es que también se pitara a Manuel Escribano mientras se jugaba literalmente el pellejo ante el tercero, el que sacó el peligro más evidente de los cárdenos de Adolfo lidiados hasta ese momento. No sin apuros, el sevillano afrontó y se libró como pudo de las coladas y los genuidos rebañones del astado, pero escuchando como fondo las protestas de quienes, en su condición de «toristas», más debieron reconocer su esfuerzo.
Claro que para esfuerzo el que tuvo que hacer Escribano con el sexto, que también fue sonoramente protestado por su, al parecer, escaso trapío. Solo que el fino y bajo ejemplar, fue creciendo en presencia a medida que también iba viniéndose arriba en la lidia. Y más aún cuando, al levantarle la vara el picador en el segundo encuentro, llegó como un torrente al tercio de banderillas.
El torero de Gerena, que lo había recibido a portagayola, cogió los palos para dejar tres pares en los que tuvo que ganarle la cara con mucha potencia para poderse librar de una voltereta que estuvo a punto de llevarse cuando salió apuradamente perseguido en el segundo encuentro y no acertó a tomar el olivo.
Así que, a falta de ese segundo puyazo, el encastado cárdeno llegó a la muleta con el depósito de casta a tope, planteando una ardua papeleta que Escribano no llegó a resolver con la necesaria autoridad. Sin acabar de someterlo, entre dudas y coladas, estuvo a punto de verse desbordado por un animal que, sin gobierno, llegó incluso a desarrollar un peligro que, por suerte, su matador logró esquivar.
Más complaciente estuvo ese sector de las protestas constantes con Fernando Robleño, que se retira este año e hizo su último paseíllo en la feria de San Isidro. De hecho, se respetó en todo momento su cauteloso trasteo ante el segundo de la tarde, otro terciado adolfo que mantuvo siempre un comportamiento reservón.
Y aún se jaleó con fuerza al madrileño por su faena al quinto, un toro feo y flaco que, sin mucho celo, se dejó hacer con pocos problemas por el pitón izquierdo.
Con algunos desarmes, tardó Robleño en convencerse de esa manejable condición, para, sin llegar a dar el definitivo paso adelante, sacar únicamente varios naturales compuestos y sin ligazón que hubo quien quiso premiar con la que hubiera sido la última oreja de un San Isidro de muy pobres y contadísimos resultado artísticos, que no económicos.